La profanación de la tumba de una joven

Hace ya bastante tiempo, cuando Badajoz no era más que una pequeña localidad fronteriza ocurrió un siniestro suceso que dejó perplejos a los habitantes de este municipio.

Cierto día, a primera hora de la mañana, la sosegada vida de sus vecinos se vio perturbada por la terrible noticia de la prematura muerte de una joven. La muchacha, enferma de calenturas, pertenecía a una pudiente familia pacense que por más dinero que se gastó en medicinas y curanderos no lograron sanar sus dolencias. Pronto la casa de la familia se comenzó a llenar de vecinos que, rotos de dolor, no daban crédito a cómo Dios había llamado tan pronto a la joven para tenerla en su presencia. La familia decidió vestir al cadáver de la joven con sus más preciadas joyas y mejores galas, quedando la joven expuesta de esta forma para el velatorio.

Al día siguiente, habiendo pasado ya varias horas desde el fallecimiento, partió el cortejo fúnebre desde la plaza porticada junto a las antiguas casas consistoriales (actual Plaza Alta) . Gran parte del vecindario acompañaba al féretro en silencio, un silencio solamente roto por los desgarradores llantos de dolor que la familia exhalaba. La comitiva se dirigía a dar sepultura al cuerpo en un pequeño cementerio perteneciente a un antiguo convento situado en la zona conocida como “Huertas del Chaparral”, que podría corresponder con el “Convento de Santa Marina”, actualmente desaparecido. En el momento en el que iban a dar sepultura al cuerpo, el rumor de los vecinos iba en aumento, muchos de ellos, de vida miserable, no entendían como podían enterrar a la joven con unas joyas de valor incalculable. Terminada la triste ceremonia los vecinos volvían a sus casas murmurando lo que podrían valer en el mercado las joyas con las que habían enterrado a la joven.

Pronto comenzó a caer la noche, las calles empezaron a quedar desiertas y la oscuridad se apoderó de aquel pequeño cementerio. En aquel momento una misteriosa sombra ataviada con una oscura capa merodeaba sigilosa el camposanto. Se acercó a la tumba de la joven y con no poco esfuerzo consiguió desplazar la pesada losa que cubría su sepultura. Se introdujo en la tumba y abrió la tapa del ataúd despojando al cadáver de las joyas con las que lo habían enterrado. Cuando se disponía a abandonar la tumba la puerta de ataúd cayó atrapando su capa por la espalda, presa del pánico y sobrecogido comenzó a gritar pidiendo auxilio. A pesar de que en la calle no había un alma aquella noche serena sus sepulcrales gritos llamaron la atención de un sereno que hacía su ronda por la zona. El vigilante asustado de los fantasmagóricos gritos que parecian salir del cementerio fue a dar parte a las autoridades. Cuando los gobernantes locales llegaron a los pies de la tumba y contemplaron la escena no podían dar crédito:

El ladrón que había profanado la tumba de la joven para robar sus joyas era el santero.

Temática Otros
Fuente: Leyendas de la alcazaba / Norberto López García
gravatar

0 Comentarios

Deja tu comentario