El encuentro del “Tiu Mona”

Juan Martín, (según otras fuentes Manuel Martín Crespo) era un hombre aguerrido y valiente, de gesto curtido y palabra firme, se le conocía en Martilandrán, como el “Tiu Mona” o “El Galgo”.

Un día de invierno de 1913 (según otras fuentes 1914 ó 1930) se encontraba junto a otros vecinos realizando la típica matanza del cerdo. Terminaron la faena al atardecer y los participantes del sacrificio se disponían a cenar, cuando alguien se dio cuenta de que no había suficiente pan para todos los comensales y la panadería más cercana se encontraba en Nuñomoral (a 6 kilómetros de distancia). Era ya de noche y nadie quería ir, pero el Tiu Mona se levantó de la mesa y se ofreció para ir a por tan codiciado alimento.

En la panadería de Nuñomoral consiguió un pan de casi tres kilos y retomó su camino hacia Martilandrán, cuando se encontraba en la zona conocida como “El Valle del Sapo”, junto al río Malvellido, de forma imprevista un pequeño hombrecillo en aptitud desafiante se plantó en mitad del sendero cortándole el paso, tenía el tamaño de un niño. Durante unos segundos El galgo se mantuvo sorprendido a la vez que ensimismado mirando a esta criatura, pues no había visto nada igual jamás:

Era un pequeño ser de menos de un metro de altura, tenía aspecto de ser un híbrido mitad niño y mitad duende, poseía una piel oscura, sus extremidades eran muy pequeñas y vestía unos negros ropajes que le cubrían su minúsculo cuerpo.

Recompuesto tras la primera impresión, el Tiu Mona le espetó un par de veces para que se quitase de mitad del camino, al no obtener respuesta, intentó eludirlo una y otra vez, pero cada vez que intentaba esquivarlo este pequeño individuo se volvía a interponer entre el camino y el. Sin previo aviso y sin emitir ningún tipo de sonido, el diminuto ser saltó al cuello de El Galgo, apretándolo con una fuerza desmesurada. Tratando de quitarse de encima a este ser, El Galgo echó mano al cuerpo de este ser, quedó helado, además de medio asfixiado, al notar que su piel era áspera y rugosa como la corteza de una encina. En un momento del lance el Tiu Mona cogió el pan que llevaba y lo estrelló contra el cuerpo del extraño enano que inmediatamente le soltó el cuello y retrocedió comenzando acto seguido a levitar emitiendo su cabeza un repentino resplandor que formó una “luna” refulgente donde penetró. Aquella luminaria alumbró el sendero como si fuese de día, era una luz que no daba sombra.

El Tiu Mona llegó a Martilandrán con la cara blanca, mostrando el terror en su rostro, no paraba de balbucear “si no llega a ser por el pan”, “si no llega a ser por el pan”...

Nuestro amigo estuvo los siguientes días un tanto desorientado, se le veía pasear por el pueblo con la mirada perdida, posteriormente supimos que sufrió unas fuertes fiebres de las que afortunadamente se pudo recuperar. No obstante a partir de aquel día ya nada volvió a ser igual para El Galgo, no volvió a salir del pueblo al caer el sol, y cuando tenía que pasar por el Valle del Sapo lo hacía siempre en compañía de algún familiar o amigo

Fuente: Extremadura Misteriosa / José Manuel Frías
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