El milagro de la cortina de la Virgen de Guadalupe

Cierto día, un fraile dominico llegó al Monasterio de Guadalupe acompañado de bastantes religiosos para ver a la Virgen de Guadalupe, patrona de todas las tierra de habla hispana. Una vez situado frente el altar genuflexionó sus rodillas sobre la cortina de damasco rojo que escondía la imagen de la Virgen, según costumbre de la comunidad jerónima.

Uno de los sacristanes del templo, al escuchar cierto revuelo de personas en el templo, decidió salir para ver que ocurría, al ver el fraile dominico al sacristán se levantó y tras saludarle le instó a que corriese el velo que cubría a la Virgen para poder contemplarla a lo que el sacristán le dijo que necesitaba la autorización del padre Prior, pero que en cualquier caso habría que esperar a que terminasen las vísperas.

El dominico exclamó: "El amor no sabe esperar y yo ardo en deseos de contemplar el rostro de mi Madre amada"

El dominico mirando al altar mayor volvió a hincar la rodilla en el suelo y entonó su súplica al Altísimo y quiso la divinidad realizar el prodigio: al momento resonó, en el templo el primer versículo del Magnificat  y en ese mismo instante la cortina que cubría a Nuestra Madre Inmaculada se replegó por sí sola y la imagen gloriosa de la Virgen de Guadalupe se mostró ante la admiración de los asombrados presentes.

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