La tragedia de la bella Marmionda

La leyenda de la bella Marmionda relata la triste historia de dos enamorados, es quizás la primera tragedia donde sus protagonistas mueren por amor, mucho antes que las célebres parejas de Romeo y Julieta o Calixto y Melibea.

Retrocedemos hasta el siglo XI, cuando tras la muerte del caudillo Almanzor fi­naliza la grandeza del Califato de Córdoba y el gran im­perio se des­membra surgiendo multitud de pequeños estados conocidos como los Reinos de Taifas.

Pues bien, en aquellos años y concretamente en el castillo de Portezuelo es donde se recrea esta historia. La fortaleza Portezueleña en aquellos años tenía un Alcaide, que más que por sus éxitos o fracasos bélicos era conocido por su hija, la bella Mar­mionda, una gentil doncella mahometana que era el asombro de todo el reino.

Cierto día varios soldados cristianos de la Corte de León que se hallaban perdidos se acercaron por aquellos lares y fueron sorprendidos por el ejército sarraceno que se encontraba a las órdenes del Alcaide de Portezuelo y los despistados caballeros fueron apresados y llevados como re­henes hasta la fortaleza. El Alcaide teniendo conocimiento de que entre los prisioneros se hallaba un importante caballero de la corte leonesa organizó su rescate convencido de que con él obtendría pingües beneficios.

Mientras se gestionaba el rescate el caballero cristiano descu­brió a la excepcional hija del Alcaide y pronto quedó loca­mente enamorado de ella. Marmionda en un principio se mostró recelosa pero pronto comprendió la sinceridad de las palabras de su amante y comenzaron a verse en secreto manteniendo así un más que breve idilio amoroso. Y es que tras llegar el rescate el paladín cristiano quedó en libertad pa­ra volver a su tierra y en aquel momento se encontró ante una encrucijada, tenía que elegir entre el de­ber y el amor, finalmente tras mucho pensar el caballero se decantó por el deber pero no sin antes jurar amor eterno a su amada, confiando en un destino esperanzador que les brindara un reencuentro.

Su amado se fue y Marmionda quedó sumi­da en un calvario, pasaban los meses, los años y el caballero cris­tiano no volvía, ella se paseaba por el castillo deshecha en lágrimas y permanecía largas horas asomada a la fortaleza esperando la llegada de su amado. Su padre desconociendo su mal de amores creyó que buscándole un esposo su hija se animaría. Marmionda, no queriendo disgustar a su progenitor aceptó contraer matrimonio con un apuesto sarraceno, pero a pesar de ello el padre observaba que el estado de ánimo de su hija no mejoraba.

En cierta ocasión, habiéndose fijado incluso el día de la boda, el vigía de la fortaleza árabe dio la se­ñal de alerta al ver acercarse varios jinetes cristianos, escuchando esto Marmionda corrió hacia los muros de la fortaleza. Con lágrimas en los ojos y una gran sonrisa dibujada en su rostro pudo adivinar entre los caballeros cristianos a su amado.

Antes de que los musulmanes se lanzaran hacía los soldados cristianos, éstos le hicieron saber al Alcaide sus pacíficas y amoro­sas intenciones. Pero este viéndose herido en su orgullo mahometano y loco de furor se negó a entregar a su hija a los infieles, a pesar de las súplicas de Marmionda y lanzó sus tropas contra los cristianos.

La joven con lágrimas en los ojos contemplaba desde lo alto de la fortaleza el fiero combate siguiendo en todo momento con la vista las heroicidades de su amado caballero, pero de repente vio como éste caía pesadamente de su caballo y su cuerpo quedaba inmóvil tumbado en el suelo. Rota de dolor al darlo por muerto y creyendo que con su muerte la vida no tenía sentido se arrojó desde la ventana de sus aposentos con tal fuerza que su cuerpo sin vida fue a caer junto a la roca donde yacía su amante. Pero la fatalidad no pudo ser más cruel y es que el soldado cristiano no había fallecido. El amante recobró lentamente el sentido y al ver el cuerpo de Marmionda destrozado junto a él se planteó el mismo razonamiento "¿Para qué vivir?" y subió rápidamente las empinadas rocas donde se asienta la fortaleza y ante la atónita mirada de los musulmanes se arrojó con tal fuerza que se despeñó por las pizarras y su cuerpo bajó rodando justo hasta el lugar donde se hallaba el cadáver de su amada. Así, juntos y destrozados sus cuerpos mezclaron su sangre los ena­morados.

Aún hoy existen algunos vecinos de Portezuelo que creen que las oscuras manchas que tienen las rocas pizarrosas que se encuentran a los pies del castillo son la con­secuencia de la sangre de los cadáveres de los enamorados.

Fuente: Leyendas Extremeñas / José Sendín Blazquez
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