El ultrajado Cristo del Borrego

En la confluencia de la calle Borrego con la calle Cartas nos encontramos una pequeña hornacina que alberga el Cristo de los Afligidos o también conocido como del Borrego. Esta talla tiene la mala fortuna de haber sido ultrajada en multitud de ocasiones a lo largo de la historia. Una leyenda con dos variaciones nos habla del origen de este curioso cristo:

Una de las versiones de la leyenda nos cuenta cómo cierto día las personas que pasaban por una calle de Plasencia comenzaron a escuchar unos agónicos lamentos que parecían provenir de alguna persona moribunda, pero por más que se miraban y remiraban no conseguían averiguar de dónde procedían. Una mujer, más curiosa, siguió los rastros de los quejidos hasta descubrir cómo entre la basura y los desperdicios que había en la calle se encontraba la pequeña talla de un cristo y pudo contemplar asombrada como movía los labios, era él el que exhalaba aquellos gemidos.

Otra variante de la leyenda habla de cómo una familia judía que vivía por aquellos años en Plasencia encontró cierto día la talla de un crucificado. La mujer decidió guardarlo en casa y como venganza al acoso al que se veían sometidos los hebreos decidió profanarlo arrojándole cada sábado agua hirviendo, cuentan que los lamentos del cristo eran desgarradores.

Sea como fuere el primer ultraje y como consecuencia de ello, varios vecinos decidieron levantar, en la actual calle Borrego, una capilla y un arco de lado a lado de la calle, para proteger de la lluvia a los fieles que se acercasen a rezar. Pidieron permiso al ayuntamiento y al dueño de la pared donde tenían pensado levantar el pequeño edificio religioso, pero el dueño de la casa se negó alegando que el arco le quitaría luz a su vivienda. Por lo que se replanteó el proyecto y se propuso realizar una pequeña hornacina y colocarla sobre la pared a lo que nadie se negó. El día 7 de mayo de 1.799 el Ayuntamiento dio permiso para ejecutar la obra.

La hornacina y la imagen son propiedad del pueblo, el crucificado era una pequeña talla del siglo XVI, imagen que siempre fue muy veranada en la ciudad. A ambos lados de la hornacina se colocaron sendos farolillos de aceite que durante años siempre estuvieron encendidos. A este cristo también se le conoce como “de las enagüillas” por la falda que le cubría, y que estaba rematada con unas grandes puntillas.

Una noche de 1.932 el cristo sufrió un nuevo atentado, unos vándalos se dedicaron a apedrear todas las capillas de la ciudad. Algunas hornacinas sufrieron daños, se salvaron las de la Virgen del Socorro, (detrás de la Catedral), Nuestra Señora de la Misericordia, (en la calle Encarnación), Nuestra Señora de la Guía, (en el Puente Nuevo), pero no así el pequeño Cristo de los Afligidos. Los sacrílegos vándalos de una pedrada rompieron la hornacina y derribaron la imagen del cristo, que milagrosamente no se rompió. Acto seguido cuando se disponían a pisotearlo, un vecino Epifanio Aceña Hernández, salió de su casa y les plantó cara, recogiendo el cristo y guardándolo en su casa hasta que el día siguiente lo entregó en la iglesia de San Pedro.

Un nuevo incidente ocurrió una noche del mes de junio de 1.999. Una mañana el cristal de la hornacina apareció roto y de la talla no quedaba ni rastro. El ladrón o ladrones debieron ampararse en la soledad de la madrugada para sustraer la imagen.

Finalmente, la asociación cultural placentina “Pedro de Trejo” solicitó una nueva talla al escultor Antonio Borreguero, mientras aparecía la antigua imagen. El caso es que jamás apareció la imagen del crucificado ni se tuvieron noticias de su paradero. Para evitar futuros altercados en la hornacina se colocó un marco de hierro con cristal blindado que protegiese al crucificado.

Fuente: Leyendas placentinas / José Sendín Blázquez
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