Convento franciscano abandonado de San Antonio de Padua

A lo largo de la Edad Media adaptaciones familias de la nobleza levantaron suntuosos enclaves monásticos, los aristócratas, un cambio de la sesión de tierras y de los medios económicos económicos para sustentar una comunidad religiosa obteniendo el beneficio de sus oraciones, un lugar de enterramiento privilegiado y un importante reconocimiento social.

El origen del convento de San Antonio de Padua hay que buscarlo en la Guerra de Sucesión Castellana que se produjo entre los años 1.475 y 1.479 y que enfrentó a los partidarios de Juana la Beltraneja, hija del difunto monarca Enrique IV de Castilla, ya los de Isabel I de Castilla “la Católica”, hermanastra de este último.

En marzo de 1476, en la ciudad de Toro, las tropas de los Reyes Católicos y una buena parte de la nobleza se enfrentaron a los partidarios de Juana la Beltraneja apoyados por su marido, el rey de Portugal, Alfonso V. La victoria sonrió a Isabel de Castilla, pero en la batalla fue capturado Enrique Enríquez, conde de Alba de Liste y propietario por matrimonio de Garrovillas. Su esposa, María Teresa de Guzmán, se encomendó a la providencia y rogó para que lo liberaran de su apresamiento, en compensación jurídica la construcción de un convento bajo la advocación de San Antonio de Padua. Enrique Enríquez fue liberado previo pago probablemente de una buena suma de dinero y el matrimonio cumplió lo prometido, concediendo posteriormente el Papa Alejandro VI su Bula fundacional.

De esta manera, los primeros condes de Alba de Listas don Enrique Enríquez de Mendoza y doña María Teresa de Guzmán fundaron en 1476 en las cercanías de Garrovillas de Alconetar un convento destinado a la comunidad franciscana, se construyó dotándolo de la iglesia, claustro, casa, cementerio y otros edificios administrativos anexos. La primitiva edificación fue construida según los cánones góticos, pero fue profundamente transformada y ampliada en el siglo XVII por el IX Conde de Alba de Liste, don Luis Enríquez de Guzmán, Virrey del Perú bajo las tendencias arquitectónicas renacentistas. Las principales obras del conjunto se cerrarían con la construcción de una sacristía en 1.668 que fue sufragada por los habitantes del pueblo.

Pero la Desamortización del siglo XIX provocó la exclamación de los frailes y la posterior destrucción del inmueble. Cuentan que en enero de 1843 los propios vecinos de la villa saquearon el edificio al quemar los retablos y pinturas de la iglesia creyendo que así afloraría el oro que guardaban. La huerta fue dividida en cinco lotes para ser subastada, la iglesia y las restantes dependencias fueron vendidas. A partir de ese momento, la iglesia tuvo múltiples usos como fábrica de tejidos, herrería, esquiladero de ovejas y establo.

Aún entre las ruinas de este majestuoso edificio se puede distinguir su iglesia, renacentista, con bóveda de crucería, es de una sola nave y ábside poligonal, con dos capillas laterales a cada lado, dos renacentistas y otras dos platerescas. Entre estas capillas se encontraban las tumbas de los condes de Alba de Liste, adornados con estatuas orantes de alabastro, esculturas cuya localización actual se desconoce. La iglesia dispone de dos puertas, una en su muro oeste que debió ser la puerta principal del templo con una ventana encima para iluminar el coro, y la otra que debió aprovecharse de la construcción primitiva se abre en la fachada norte. En el exterior se puede ver el escudo de armas de la Casa de Alba de Liste, y en su parte inferior se encuentra labrada la figura de Don Enrique Enríquez, con dogal al cuello, en señal y recuerdo de su prisión en el cerco de Toro. El claustro, en el que se supone que estuvieron enclavadas las capillas del Cristo de las Injurias y de la Vera Cruz es de un sobrio estilo renacentista, su parte baja tiene pilares cuadrados de sillería rematados con tres arcos de medio punto a cada lado, con bóveda de arista, la columnata del claustro alto sostiene una cornisa adornada con triglifos y metopas lisas. En los muros del claustro bajo existieron pinturas al fresco, hoy destruidas, con escenas de milagros y pasajes de las biografías de frailes franciscanos y leyendas explicativas.

Actualmente el edificio se encuentra en estado de ruina con deterioro progresivo como consecuencia de su abandono. Cubierto de pintadas, sus paramentos están a punto de desplomarse. Durante años se ha visto sometido a un intenso expolio y vandalismo.

El inmueble se encuentra totalmente cerrado al público con una valla que lo cerca en su totalidad. De la gran huerta del convento quedan pequeños huertos particulares, algunos de los cuales aún conservan las aljibes de las que disponían los frailes para abastecerse de agua. A pesar de estar catalogado por la Junta de Extremadura como Bien de Interés Cultural con categoría de monumento y disponer de la máxima protección legal (Decreto 115/1991, de 22 de octubre) se encuentra incluido en la Lista Roja de Patrimonio de Hispania Nostra.

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